miércoles, 24 de febrero de 2010

La restauración conservadora y la paradoja del nieto 101

Seguramente, la construcción conceptual más acabada sobre la oposición al Gobierno en nuestro país sea “restauración conservadora”. El término, que se acuñara a principios de siglo XX para calificar el período conocido como década infame, fue recuperado por el espacio Carta Abierta a principios del año pasado. Tan cierta es la expresión, que hoy pasa de mera caracterización a un dilema que enfrenta nuestro pueblo: seguir avanzando o dar paso a la restauración conservadora.
Lamentablemente sigue siendo necesario repetir que el 25 de mayo de 2003 se inauguró un proceso donde el campo popular empezó su recuperación. Desde la brutal represión del 20 de diciembre de 2001, que de alguna manera sintetizó el intento de sofocar todas las luchas que se dieron durante la década del ´90 como resistencia a las políticas de ajuste, los actores del campo popular no podíamos levantar cabeza. Veníamos de la entrega del patrimonio nacional, de una economía de subsistencia, de niveles desconocidos, hasta entonces, de desocupación, pobreza e indigencia, de congelamientos salariales, de una devaluación que pagamos los sectores populares, y finalmente de la masacre del Puente Avellaneda, que le costó la vida a Kosteki y Santillán.
Eduardo Aliverti (sí, Aliverti) hizo recientemente un resumen de los avances realizados desde aquel 25 de mayo a la fecha. Cito: “intervención del Estado en la economía a efectos de ciertas reparaciones sociales; apuesta al mercado interno como motor o batería de los negocios; reactivación industrial; firmeza en las relaciones con varios de los núcleos duros del establishment (...) impulso de los juicios a los genocidas; transformación de la Corte Suprema; enfriamiento subrayado con la cúpula de la Iglesia Católica; Madres y Abuelas resaltadas como orgullo nacional y entrando a la Casa Rosada antes que los CEO de las multinacionales; militancia de los ’70 en posiciones de poder (...) Las retenciones agropecuarias, la reestatización del sistema jubilatorio y la ley de medios audiovisuales (...), con el bonus track de haberle quitado la televisación del fútbol...” (Página 12, Lunes, 22 de febrero de 2010).
Se puede agregar la determinación con la que la Presidenta viene reafirmando nuestra soberanía en Malvinas, y el marco regional, donde se privilegia UNASUR a las relaciones carnales con Estados Unidos.
Datos recientes de la realidad hacen pensar que el 2010 no será un año de tránsito sencillo. La mayoría “pírrica” que trampearon en ambas cámaras para apoderarse de un conjunto de presidencias de las comisiones, dificultando de este modo la “gobernabilidad”, o los fallos en contra de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, dan cuenta de que no es paranoico o exagerado hablar de “restauración conservadora”. Sobre todo porque no estamos hablando solamente de una oposición político partidaria meramente declamativa, sino que estamos hablando de poderes fácticos (establishment económico, mediático, periodístico) y poderes legalmente constituidos como legisladores y jueces; ni que hablar del representante del Poder Ejecutivo en el Senado…
Afortunadamente, las Abuelas siguen dando cátedra. La noticia del nieto 101 convida a todos aquellos que no nos resignamos, a reflexionar sobre la paradoja: si triunfa la restauración, y volvemos a la ley de medios de la dictadura, y a engordar las arcas de usureras AFJP, desguazar Aerolíneas, enfriar la economía, congelar y recortar salarios de jubilados, pensionados, docentes y estatales, cerrar la ESMA como Espacio de Memoria y hacer el monumento a la reconciliación, “democratizar” el Futbol Para Todos y que “el que quiera ver, pague”… en fin… ¿Qué harán, entonces, los “restauradores” con esos más de 30 nietos que recuperaron su identidad desde “que la apropiación de niños pasó a ser un problema de Estado” según palabras de Abel Madariaga, padre del nieto 101?
Permitámonos realizar una asociación entre esos nietos y su identidad, con nuestro pueblo y su identidad. Porque esos nietos robados son parte de nuestro pueblo y nuestra historia (y es necesario reiterarlo, por más que suene a verdad de Perogrullo). Vienen para demostrarle a su pueblo que la identidad subyace. Está ahí. No se puede borrar con un nombre falso, tormentos psicológicos o engaños. La identidad es indeleble, tanto para un nieto como para un pueblo. Con sus demoras lógicas o ilógicas, finalmente la identidad aflora. Seguramente en lo que no debamos cejar es en la búsqueda incansable de ella, apelando permanentemente a la memoria.
Entonces, por más retroceso, o restauración, está claro que esos nietos, los que recuperamos, no volverán a los nombres que les impusieron sus apropiadores, ni a los brazos de los apropiadores ni a esa desmemoria paralizante y aberrante.
Emerge el desafío, la interrogante, de cómo hacer para que nuestro pueblo no vuelva a las mentiras de quiénes solo quieren mantenerlo sometido, hambreado, esclavizado, sin memoria y con su identidad negada.
Abel Madariaga y Silvia Mónica Quintela militaban, ambos, en la Juventud Peronista y Montoneros. Pelearon por un país más justo. Tras el golpe, enfrentaron la dictadura genocida. Sufrieron persecución y exilio, él; persecución, secuestro, tortura y desaparición, ella. Robo de su hijo, ambos.
32 años después, el 23 de febrero de 2010, en la casa de Abuelas, Abel, flanqueado por su hijo Francisco Madariaga Quintela, alzaba orgulloso la mano con los dedos en “V”. Valga su historia, la de Silvia, la de Francisco y la de Abuelas como ejemplo de tenacidad, resistencia y victoria para nuestro pueblo.



Luciano Fernandez

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